viernes, 16 de julio de 2010

El Enamoradizo Hidalgo Don Juan de la Mancha (I)

Capitulo 1 (beta II )

Es bueno saber, que los ratos en los que nuestro fornido caballero se encontraba ocioso, que eran por no la mitad, los más del año, se daba a conocer, observar, soñar y creer amores sobre mozas que pasaban. Eso sí, alguien de tal selecto calibre, no podía permitirse elegir a cualquier muchacha del tres al cuarto, no, todas tenían su talento, desde comer bollos hasta depilarse afeitarse el bigote.

Aunque parezca difícil de entender, su compañero, su amigo, su íntimo, su colega: Ballaque Panza, lo excusaba reconociendo una enfermedad por trastorno cerebral crónico. Dícese que tal era su afición por el amorío, que de la administración de su hacienda hizo un mercado, y del dinero ganado por la venta de parcelas, lo invirtió en regalos para las mujeres que intentaba cortejar.

Quizás repetir la misma y única frase a las diferentes mozas hizo que perdieran el entusiasmo, o quizás que después de un: “Hola, ¿Cómo estás?”, le diese un mordisco perforador en la glándula mamaria de la joven, fuese la causa. En cualquier caso, al encontrar refugio ni maestro que le enseñara un digno arte del cortejo, se recluyó y pensó en una solución.

No entendía el fracaso de la famosa frase de Feliciano da Silva: «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra hermosura», sin saber, que el atrevido bocado era la clave.

Con estas razones perdía el pobre caballero la cordura, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido. En resolución, él se enfrascó tanto en su meditación, que se le pasaban las noches pensando de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho pensar se le secó el celebro de manera, que vino a perder el juicio.

El Enamoradizo Hidalgo Don Juan de la Mancha (Introducción)

Bienvenido, querido lector, a una entrañable histora de un hombre que de tanto amorio, perdio el juicio, quizás te resulte familiar...

Introducción

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, hace ya un tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Unas reservas alimentarias tanto escasas y con la desgracia de no ser destinado a cocinero. El resto de él concluía en sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas, con sus pantuflos de lo mismo, y los días de entresemana se honraba con su pañuelo de lo más fino.

Tenía en su casa un ama de llaves, gorda, que pasaba de los cuarenta, una sobrina, fea, que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza.

Dicen que nuestro caballero tenía el sobrenombre de Girasol o margarita, aunque en esto, no hay alguna diferencia en su motivo, ya que su menudo cráneo se orientaba a las mozas como tal flor al Sol; mas por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Don Juan, una mofa más a su… escueto éxito con animales (humanos o no) a los que, por osadía o falta desgaste de dignidad, osaba arrimarse. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.