martes, 30 de junio de 2009

Historias de un Don Nadie (Parte IV)

Mientras se hospedaban en una posada un poco alejada de la zona, y después de unas largas jornadas del " Plan de Saneamiento Económico Regional" (PSER), o conocido entre los campesinos por la segadora de viejos, recibieron la inesperada visita de un grupo organizado el cual robo todas las armas, equipamiento, reservas alimenticias, y otros utensilios para su cometido.

A la mañana siguiente, inmediatamente después de percatarse que algo fallaba, y ver que les habían robado, avisaron al rey, quien se reunió con su consejo y sequito militar y entre todos pensaron en una solución. Se barajaron varias posibilidades, la mas probable, con diferencia, era la de que todo había sido obra del Grupo Clandestino de Protección Ciudadana ( El GCPC)también conocido por la población como los Encapuchados, los cuales estaban a merced de un jefe superior que NUNCA nadie había visto, incluso los otros cabecillas se comunicaban a Él por carta.

El debate se prolongó durante horas, los economistas se exaltaban cuando mencionaba la posibilidad de abandonar el plan, ya que era inviable para la economía del régimen monárquico. Por otro lado, los militares decían que lo realmente inviable era continuar, por que sus herreros y mercaderes no podían proporcionar, tan pronto, un nuevo rearme y puesta a punto para proceder con el plan. El monarca sugirió, como una opinión mas, buscar los alijos del GCPC y recuperar lo perdido. Esto si era realmente imposible por que en esas cosas estaban muy preparados y la mitad las usaran ellos y la otra mitad las venderán. Al final, decidieron suspenderlo y se hizo publica, mediante La Gaceta, la siguiente noticia: " Los malhechores que acababan con nuestros queridos ancianos han sido radicalizados, ya nunca mas ningún malvado grupo terrorista como los GCPC podrán atentar contra nuestra gran Región".

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[...] en ese momento tocaron la puerta tres golpes secos, nos inundó un breve silencio que rompió el cojeo de mi abuelo al acercarse ella mi abuelo me echó hacia atrás y me hizo y me hizo prometer que subiera mi cuarto y no bajara hasta la hora de cenar, subí corriendo y me escondí debajo de la cama por miedo a lo que pudiera pasar mi abuelo se acercó a la puerta, respiró, y la abrió. [...] Escuché, de una forma muy tenue, el siguiente anuncio, presentándose así el sospechoso en mi puerta:
-¡Cartero!


Continuará...