viernes, 27 de marzo de 2009

Historias de un Don Nadie ( parte II)

CON un alarde de valentía, hizo un movimiento vertical con el objetivo de esquivar aquel filo que acababa con su vida, llegó tarde... lo único que consiguió fue que le golpearse con más ahínco proyectando su cabeza hasta mis manos. Sus ojos atentos, una expresión inerte ante el paso hacia la muerte, junto que el breve silenció en el que sólo se oia el llanto de una mujer recientemente viuda y un bebé semihuérfano que no conocía la situación pero presentía la ausencia de su padre. A los pocos segundos comenzaron los gritos y alardes, contentos por haber liquidado un ladrón, e ignorando que su único crimen fue querer dar de comer a su hijo con unas migajas de pan.

Limpiaron la sangre, regresaron a sus casas y en dos minutos estarían como si nada hubiera pasado pero para su mujer y su hijo nada volvería a ser igual. Al regresar, vi, como siempre, a mi abuelo, un hombre poco sano para su edad y de aspecto demacrado, con su típica verruga en el pómulo izquierdo y su gallato siempre cerca de su mano. Tenía una gran barba blanca con la que jugaba de pequeño y una importante curvatura
(chepa) cargada a su espalda, pero lo más importante, era un hombre muy sabio. Eran mi apoyó en muchas ocasiones. Cuando mi madre fue a comprar me acerqué a mi abuelo le pregunté qué le parecía, en ese momento tocaron la puerta tres golpes secos, nos inundó un breve silencio que rompió el cojeó de mi abuelo al acercarse ella mi abuelo me echó hacia atrás y me hizo y me hizo prometer que subiera mi cuarto y no bajara hasta la hora de cenar, subí corriendo y me escondí debajo de la cama por miedo a lo que pudiera pasar mi abuelo se acercó a la puerta, respiró, y la abrió.

domingo, 22 de marzo de 2009

Historias de un Don Nadie (Parte I)

Solo entraba en aquella siniestra habitación un tenue rayo de luz por el que se apreciaban, diminutas motas de polvo descendiendo lentamente hasta caer, junto a este, un sonido continuo de un grifo mal cerrado… “cloc-cloc-cloc…” gota a gota se desangraba aquel grifo dejando derramar una y otra vez el agua por sus paredes.
Se respiraba miedo y suspense, tensión hasta la hora en la que él dejaría este mundo, tal y como lo decidimos. Junto a él, permanecía una araña, inerte ante la situación que su compañero de celda estaba sufriendo.

Esta situación se prolongaba, día a día, aquel incesante ruido no paraba, aquel rayo de luz seguía ahí junto a las motas de polvo que desfilaban a trabes e él. A los 7 días, el momento llegó, a lo lejos se presenciaba un sonido de pasos, firmes y decididos a llegar hasta él. El verdugo avanzaba rápido, junto a un sonido de trompetas lejano, anunciando el momento. La araña agacho la cabeza, con la pata delantera izquierda saludo brevemente a su compañero dándole su último adiós. Con un alarde de valentía se levanto y se arrimo a la puerta de acero que cesaba su libertad. El verdugo abrió la puerta, produciendo un chirriante ruido que estremeció hasta la más pequeña de las motas de polvo que desfilaban de luto.

El verdugo lo agarro de la camisa y estiro con fuerza, tal, que rasgó toda la camisa, pero… eso que importaba. Avanzaron a trabes del pasillo hasta que una luz, compañera de la de su celda, le cegó. Cuando pudo recuperar la vista, observó a miles de personas aclamando su muerte. Entre ellas destacaba la de un joven que gritaba: - Muerte, muerte para el recluso. – La crueldad con la que chillaba, desgañitando su garganta con tal de hacerse oír, derribo las pocas ganas de vivir que le quedaban. Después de una breve pausa, ascendió por la escalera medio rota y con estacas sangrientas de otros desgraciados que esperaba el yunque preparado para su decapitación. El verdugo se puso frente a él, y cogiendo del pelo lo lanzo hacia abajo, humillándolo y arrodillándolo para matarlo. El verdugo alzo su hacha, paro unos instantes y la abalanzo hacia su cuello descendiendo rápidamente hasta que…

Contiuará.